Taller de escritura literaria
Título: Sin
título
Escritor:
Samanta Fruto Fernández
Instituto: Cristo Rey, Caseros.
Desde niño ya sabía cuál era mi sueño, mi gran meta por cumplir, mi
pasión, lo que me dejaba ser libre y olvidarme de todo lo que me preocupaba,
esto era lo que yo quería ser, más allá de lo que pensaba la gente o el futuro
que me esperaba, yo estaba completamente convencido de lo que quería ser.
Mi nombre es James Bordolino,
fui un estudiante aunque nunca me gustó
mucho el colegio y lo que era estudiar, jamás se me pasó por la cabeza terminar
y tener que ir a una facultad para poder ser alguien, eso a mí nunca me
importó, mis amigos ya tenían claro qué querían hacer después de terminar, yo
también lo sabía, pero ellos me decían que nunca iba a llegar a cumplirlo,
decían que iba a fracasar, pero nunca me rendí, ni me voy a rendir porque sé
que lo voy a lograr.
Cuando tenía cinco años de edad, mi madre, Carolina, para el día del
niño me regaló un skate. En ese
momento me largué a llorar y le agradecí tanto por el hecho de que era fanático
del skate y quería aprender a usarlo.
Al día siguiente fuimos a averiguar por unas clases y desde ahí
jamás dejé de usarlo, era una obsesión, iba a todos lados con mi patineta. Me
acuerdo que mi madre me pedía por favor que lo dejara a un costado para comer,
siempre se enojaba y nos reíamos juntos de esa situación.
A los seis años, después de haberme preparado bien con mi profesor
Alejandro, empecé a competir. Recuerdo que estaba muy nervioso y me temblaban
las piernas, pero ahí estaba presente mi fuerza interior. Mi padre, Mauro
Bordolino, siempre me apoyaba y tengo en mi mente ese momento en el que él me
dijo: -hijo, esto no es una competencia, es una pasión, una diversión, algo que
vas a hacer toda tu vida para ser feliz. En ese momento sonreí y lo abracé como
nunca.
No salió como esperaba, pero sabía que tenía mucho para dar y más
para practicar, así que respiré, me tranquilicé y seguí con mis clases para
mejorar.
A los dieciocho años ya participaba en ligas mayores, me pagaban y
tenía representante. Ya era, por así decirlo, un profesional. Se acercaba la
final más importante del mundo. Estaba tan preparado que ya no podía volver a
pasar por aquella situación de los seis años, estaba listo para salir a la
rampa y demostrar lo que sabía hacer, ese campeonato era mío.
Era mi turno de salir, agarré el skate
me paré en lo alto de la rampa, miré hacia el cielo, respiré y salí. Había
hecho una primera parte increíble, recuerdo los aplausos de la gente y los
gritos, estaba tan emocionado por terminar y agarrar esa copa con orgullo y
felicidad.
Pero algo ocurrió en la segunda ronda, se me nublaron los ojos y se
me vino una imagen de mis amigos y familia diciéndome que iba a ser un
perdedor, eso fue lo último que supe.
Al despertarme estaba en la clínica, en una camilla, con mi madre
agarrándome la mano y culpándose de todo. Cuando la pude calmar me contó lo que
había sucedido: cuando se me nublaron los ojos caí y mi skate había salido
volando, fue tan fuerte la caída que me desmayé.
Tenía fracturada una pierna y un fuerte dolor en el brazo izquierdo.
El médico me dijo que era posible que no pueda andar nunca más en skate, miré a mi padre, me cayó una
lágrima y se me vino el mundo abajo, no podía escuchar, ni siquiera pensar en
lo que había dicho el doctor, pero así fue, era la pura verdad.
Empecé a vivir una vida normal, todo se me había acabado, ya no
tenía sentido lo que hacía. Hasta que un 10 de agosto, exactamente un día del
niño, fue como volver a nacer. Mi padre entró a la casa con el regalo más
increíble del mundo: un skate.
Hoy tengo treinta y
cuatro años y le vuelvo a repetir a la gente que jamás me rendí ni me voy a
rendir, hoy se vuelve a repetir esa final de torneo y estoy con mi madre y mi
padre, ya por salir a cumplir mi sueño, después les cuento el final.
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