Resumen del texto de Elina Aguirre.
Buscamos nuevos sentidos para entender las circunstancias sociales de la actualidad. La estructura familiar tradicional sufre cambios que repercuten en la organización social patriarcal, basada en la autoridad del hombre por sobre las mujeres y niños, que se ve debilitada. Varias son las causas: la mutación de la economía y el mercado laboral y la educación que da oportunidades a las mujeres, los avances tecnológicos y medicinales, que dan poder de decisión a la mujer ante la posibilidad de evitar embarazos, el movimiento feminista como consecuencia de todo lo anterior y la rápida difusión de ideas en el mundo globalizado que habitamos. Con esto último se hacen circular cuestiones de género y sexualidad antes no reconocidas.
El declive de la familia tradicional surge como efecto de estas transformaciones: una familia tipo sufre cambios en las relaciones de sus integrantes, pero también nacen nuevas formas de convivencia parental que son resultado de divorcios, retrasos en formación de parejas, aumento de convivencias sin matrimonios, hogares sostenidos por un solo progenitor y nacimientos de hijos fuera de una pareja estable.
Por estas nuevos órdenes familiares es que hay que pensar en cómo construir nuevamente la autoridad, ya que es componente necesario de estos vínculos. Ya que la autoridad no está dada, al asumirlo deben buscarse formas de crearla.
A su vez, el rol de madre se ve debilitado. Si una madre era concebida como aquella dadora de amparo, en la actualidad comparte el desamparo social a la par de sus hijos. Los niños, por esto, tendrán un nuevo protagonismo vincular. Dos son las miradas hacia ellos: los vemos amenazados y en peligro, pero también son violentos, antisociales y protagonistas de robos y asesinatos. La mutación de la visión del niño como futuro adulto, frágil e inocente a caído completamente. La dilución de las fronteras entre los mundos de niños y adultos hace que el lugar de estos últimos se vea cuestionado y que a su vez, el adulto piense en los problemas que surgen con los niños como patologías.
De esta manera, cada enfermedad que se les atribuye, basadas en la velocidad e hiperestimulación a la que están habituados, se convierte en causa del problema; evitando las preguntas que podrían llegar a surgir, si se tomara como un problema de todos.
El escenario de los vínculos actuales
La crisis de la sociedad disciplinaria –como la llama Foucault- es el fin de la era caracterizada por la articulación social. Esta nueva etapa implica una gran desvinculación.
Es aquí donde puedo ejemplificar esta realidad con una anécdota: en una sala de primer grado, una maestra practicante de 20 años asiste a la siguiente situación: uno de los niños baja sus pantalones y ropa interior ante sus compañeros y compañeras dentro del aula. La docente sabe que el comportamiento del niño no excede la normalidad de una conducta infantil de la edad del niño; sin embargo teme lo que de hecho sucedió: un grupo de padres se presentó a la escuela denunciando el acto del niño, aludiendo a un comportamiento sexual precoz y morboso. ¿Cómo se le explica a un padre o madre que el acto del niño fue inocente e inofensivo? Estos adultos sin duda, están inmersos en la sensación de amenaza y desconfianza creado por la antes mencionada desvinculación. Somos víctimas del individualismo asociado a la privatización de las preocupaciones, del miedo a los desconocidos, de reacciones en términos de defensa a un ataque.
La necesidad de vinculación
Ya que existen dificultades en las vinculaciones entre la familia y la escuela, es necesario esforzarse por hacer un trabajo de construcción del vínculo.
Cuando ocurre un problema, en lugar de pensar desde la escuela que las causas están en el hogar, y desde el hogar que las causas están en la escuela, debe trabajarse para ver las cuestiones como problemas comunes, sin que nadie se sienta ajeno a ellos. Deben convertirse en ocasiones para crear lazos y buscar soluciones juntos. También es fundamental asumir la incertidumbre compartida, en lugar de recurrir de inmediato a especialistas –como psicólogos y psicopedagogos-. Si esto es lo que sucede, se deja el problema en sus manos, y esto evita que se comience a tratar desde la producción de encuentros, en donde todos participen. El trabajo puede comenzar a tejerse con redes sutiles, crear conexiones, antes de forzar desde la institución escolar a asistir a debates en donde no todos estén interesados en participar. Antes de dialogar, debe existir un vínculo, que permitirá sentarnos a hablar de cualquier tema.
El declive de la familia tradicional surge como efecto de estas transformaciones: una familia tipo sufre cambios en las relaciones de sus integrantes, pero también nacen nuevas formas de convivencia parental que son resultado de divorcios, retrasos en formación de parejas, aumento de convivencias sin matrimonios, hogares sostenidos por un solo progenitor y nacimientos de hijos fuera de una pareja estable.
Por estas nuevos órdenes familiares es que hay que pensar en cómo construir nuevamente la autoridad, ya que es componente necesario de estos vínculos. Ya que la autoridad no está dada, al asumirlo deben buscarse formas de crearla.
A su vez, el rol de madre se ve debilitado. Si una madre era concebida como aquella dadora de amparo, en la actualidad comparte el desamparo social a la par de sus hijos. Los niños, por esto, tendrán un nuevo protagonismo vincular. Dos son las miradas hacia ellos: los vemos amenazados y en peligro, pero también son violentos, antisociales y protagonistas de robos y asesinatos. La mutación de la visión del niño como futuro adulto, frágil e inocente a caído completamente. La dilución de las fronteras entre los mundos de niños y adultos hace que el lugar de estos últimos se vea cuestionado y que a su vez, el adulto piense en los problemas que surgen con los niños como patologías.
De esta manera, cada enfermedad que se les atribuye, basadas en la velocidad e hiperestimulación a la que están habituados, se convierte en causa del problema; evitando las preguntas que podrían llegar a surgir, si se tomara como un problema de todos.
El escenario de los vínculos actuales
La crisis de la sociedad disciplinaria –como la llama Foucault- es el fin de la era caracterizada por la articulación social. Esta nueva etapa implica una gran desvinculación.
Es aquí donde puedo ejemplificar esta realidad con una anécdota: en una sala de primer grado, una maestra practicante de 20 años asiste a la siguiente situación: uno de los niños baja sus pantalones y ropa interior ante sus compañeros y compañeras dentro del aula. La docente sabe que el comportamiento del niño no excede la normalidad de una conducta infantil de la edad del niño; sin embargo teme lo que de hecho sucedió: un grupo de padres se presentó a la escuela denunciando el acto del niño, aludiendo a un comportamiento sexual precoz y morboso. ¿Cómo se le explica a un padre o madre que el acto del niño fue inocente e inofensivo? Estos adultos sin duda, están inmersos en la sensación de amenaza y desconfianza creado por la antes mencionada desvinculación. Somos víctimas del individualismo asociado a la privatización de las preocupaciones, del miedo a los desconocidos, de reacciones en términos de defensa a un ataque.
La necesidad de vinculación
Ya que existen dificultades en las vinculaciones entre la familia y la escuela, es necesario esforzarse por hacer un trabajo de construcción del vínculo.
Cuando ocurre un problema, en lugar de pensar desde la escuela que las causas están en el hogar, y desde el hogar que las causas están en la escuela, debe trabajarse para ver las cuestiones como problemas comunes, sin que nadie se sienta ajeno a ellos. Deben convertirse en ocasiones para crear lazos y buscar soluciones juntos. También es fundamental asumir la incertidumbre compartida, en lugar de recurrir de inmediato a especialistas –como psicólogos y psicopedagogos-. Si esto es lo que sucede, se deja el problema en sus manos, y esto evita que se comience a tratar desde la producción de encuentros, en donde todos participen. El trabajo puede comenzar a tejerse con redes sutiles, crear conexiones, antes de forzar desde la institución escolar a asistir a debates en donde no todos estén interesados en participar. Antes de dialogar, debe existir un vínculo, que permitirá sentarnos a hablar de cualquier tema.
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